EPÍLOGO DEL PRIMAVERA SOUND 2012




PRIMAVERA SOUND 2012. EPÍLOGO. Nacho Vegas y Yann Tiersen.

Y el último día llegaron las lluvias. Tras un fin de semana de cielos despejados y temperaturas veraniegas, el domingo se desató en Barcelona la tormenta. Por suerte no afectó al desarrollo del Primavera Sound, ya que el recinto que había albergado a más de 150000 personas durante los últimos tres días, había cerrado ya sus puertas. Afectó, eso sí, a los varios miles que se acercaron a la plazoleta del Arc del Triomf para asistir a los conciertos gratis que regalaba la organización del festival, como ocurriera el miércoles pasado. En esta ocasión, los platos fuertes eran Nacho Vegas y Yann Tiersen.

El epílogo del Primavera Sound traía a dos figuras importantes de la música francesa y española de los últimos años, con un gran volumen de fans. Nacho Vegas, con una banda de las buenas, tocó un buen rato su pop-rock independiente de letras pensadas, con una copa de vino a su lado, que es lo que hace la gente elegante como él. Sonó correcto, con esa tibieza que transmite su tono y su forma de expresarse. Y conectó con el público, que tiene en gran estima a este asturiano que se ha hecho él solo, al margen de los grandes medios, una carrera más que admirable a su corta edad. Luego puede que resultara una música algo convencional, pero Nacho Vegas vive del detalle silencioso, de un poso que va dejando, poco a poco, la buena sensación de que nos han contado algo que, aún no siendo especialmente extraordinario, sí ha sido un relato sincero y bien armado. 

Yann Tiersen, de todas maneras, reunió a bastante más gente. De hecho, su concierto coincidió con el momento de mayor inclemencia meteorológica, con rayos y truenos, y una fuerte lluvia que obligó a quien podía a sacar su paraguas. El bretón encontró la fama hace diez años con dos bandas sonoras (Amelie y Good Bye Lennin), y desde entonces no ha parado de evolucionar. Desde hace unos años se inclina más claramente hacia el rock, pero parece haber dejado atrás una fase shoegaze que, muchos espectadores de sus conciertos, no se esperaban al ir a verle. La influencia de My Bloody Valentine parece haber menguado en favor de la del primer M83, o la de Beach House. Porque Tiersen es uno de esos músicos capaces de absorber sonidos, reciclarlos en su interior, y sacarlos a relucir con una asombrosa calidad compositiva. El problema es que se arriesga a perder o no definir más claramente un sello personal propio, más allá de los sonidos que le hicieron famoso hace una década. No obstante, fue un buen concierto de indie rock electrónico. 

El fin de fiesta del Primavera Sound 2012, aunque envuelto en tormenta, sirvió para que muchos lo repasáramos con nuestras amistades: pasamos revista a 5 días de conciertos, y estas son algunas de las conclusiones lapidarias a las que llegué, siendo plenamente consciente de que todo, absolutamente todo en el mundo de la música es cuestión de gustos y pareceres, personales, intransferibles y dotados de una lógica propia. 

Mejores conciertos: Wilco, The Rapture, Justice.

Conciertos revelación: Chromatics, Neon Indian.

Peor concierto: The Chameleons.

Cuentas pendientes: Beach Fossils, Lee Ranaldo, Death Cab For Cutie, Beirut, Cuchillo, Siskiyou, Girls, I Break Horses, The Drums, SBTRKT, Death In Vegas, The Olivia Tremor Control, Real Estate, Saint-Etienne, The Weeknd, Wild Beasts, Jamie XX, Washed Out

Fotos de Pablo Luna Chao







PRIMAVERA SOUND 2012. Día 3




PS2012. Día 3: Kings Of Konvenience, Atlas Sound, Beach House, Chromatics, Yo La Tengo, Justice (Live) y Neon Indian.

La noche del sábado fue la última de esta edición del San Miguel Primavera Sound en el recinto del Parc del Fòrum. El domingo aún se celebrarían conciertos gratuitos, como los del miércoles, en el Arc de Triomf, pero el coctel de grupos y los paseos a toda prisa entre escenario y escenario por las excelentes instalaciones a pie de mar, acabaron, y lo hicieron de la mejor manera posible: con algunos de los pesos pesados del cartel de esta edición. Tras dos días de intensa actividad desde primera hora de la tarde, la noche del sábado dio por fin una tregua, ya que la traca final daba comienzo a eso de las 20:30. A partir de ahí, no hubo descanso hasta el telón se bajó, a las 4 para algunos; para otros, con más aguante, a las 6.

La noche se planteaba como un paulatino in-crescendo, que iba desde los Kings Of Convenience a Justice. Los noruegos sacaron las guitarras cuando el sol todavía calentaba, afinando con esos tonos tan característicos de la época de Simon y Gartfunkel. Tocaban en el escenario principal, y prácticamente todos los que entraban a esa hora en el recinto se detenían unos instantes para comprobar la capacidad que tiene este dúo para construir canciones bonitas con apenas un par de voces y de guitarras. Pero la convencionalidad de su música, quizás, hizo que muchos solo hicieran un alto allí para luego centrarse en algo más elaborado. Bradford Cox, por ejemplo, tocaba en el cercano escenario Pitchfork, y aunque él también salió solo con la guitarra, pero sin acompañante, sus canciones ofrecían pasajes más efectistas, manipulados y sesudos. El líder de Deerhunter, con su tremendo magnetismo, parece esculpir con más libertad sus canciones, a base de pedales y samplers de guitarra, cuando es Atlas Sound. En un concierto que se hizo corto presentó su último álbum, Parallax (4AD, 2011), del que sonaron, por supuesto, The Shakes, Mona Lisa o Angel Is Broken

Pero sonaban como las iba construyendo Cox, ahí, sin nadie más, marcando el ritmo con su propio ingenio, mostrando una creatividad fértil y fresca, y una visión musical clara y precisa, aunque el aspecto sea disperso y volátil. No es que improvisara, pero resultaba imprevisible el cómo interpretaría y sonaría cada pasaje, variando el boceto del disco. Algo que, por ejemplo, no ocurrió después con Beach House. Los de Baltimore, que han obtenido extraordinarias críticas por su cuarto trabajo de estudio, Bloom (Sub Pop, 2012), solo reforzaron un poco la percusión, dejando muy poco a la imaginación. Su dream pop, ambiental y sofisticado, parece no poder salirse de la cuadrícula, y aunque contengan todas las canciones un inconfundible sello estilístico, al final, resultan un todo demasiado homogéneo. De hechuras brillantes, pero monolítico.

Victoria Legrand y Alex Scally, de origen francés, tienen algo de ese barroco cortesano del XVII: palidez, contraste y ambientación vaporosa en cada composición. Desde el fondo del escenario, ella tras los teclados y él con su guitarra (había un batería a la derecha), expanden un halo narcotizado de harmónicas melodías y ritmos placenteros, aderezados con una voz que parece macerada en vino blanco, reserva de hace muchos, muchos años. Abrieron con Wild, cerraron con Irene, y aunque recuperaron algunos temas del Teen Dream (Sub Pop, 2010), como Zebra o Silver Soul, tocaron prácticamente todo el Bloom. Un tanto encorsetados, y sin salirse en ningún caso del guión, los Beach House decepcionaron a quienes querían ver desmelenadas las posibilidades que se esbozan desde los Cds. Pero los de Baltimore, anclados en una actitud más propia del shoegaze que de la era de la electrónica, no ofrecieron sobresaltos, ni para bien ni para mal.

Para compensar las pequeñas decepciones siempre es bueno arriesgarse y acudir a un concierto que no estuviera en las quinielas: Chromatics, una formación norteamericana de electrónica y synth-pop, en lugar de Saint-Etienne, por ejemplo. Con un punto más de intensidad y de ritmo que Beach House, los Chromatics se mueven en un estilo musical que por momentos parece hortera, y en otros una absoluta genialidad. La bellísima Ruth Radelet pone las voces a una base electrónica que va desde el chillwave al disco mejor camuflado, aportando un acento anómalo de suspense y atractivo que bien podría provenir de la escena de Warpaint, Lower Dens o Still Corners: dream pop femenino con la contundencia rítmica de una batería, teclados y programadores al servicio de la música de baile. Fue un concierto pleno, con esos altibajos que, en ocasiones, hacen disfrutar más que el mejor directo lineal. Con una genética que proviene, en parte, del trip-hop de Bristol, los de Oregón sonaron sorprendentes, arriesgados y bastante originales, haciendo honor a su nombre: coloreando el escenario con muchos de los cromatismos que la música permite hoy en día exponer gracias a la electrónica.

Pero otra forma de compensar es también confiar en quienes nunca fallan, y en ese apartado sobresalen, como todo el mundo sabe, los Yo La Tengo. Son un grupo inesquivable dentro de la historia reciente del rock, y hoy por hoy da lo mismo si presentan un nuevo Cd o simplemente tocan por placer: nunca fallan. Ni siquiera importa qué canciones suenan, ni el orden, ni quién interpreta qué instrumento. No, los concierto de Yo La Tengo se dilatan el tiempo, algunos dirán que incluso logran detenerlo; son una retahíla de fraseos memorables que tienen la aparente sencillez que a veces presenta lo sublime. Tienen ese inocuo desequilibrio que hace libre a sus creadores, y al público que los escucha. El trío de Jersey convierte sus canciones en clásicos solo con hacérnoslas oír una vez en directo. El sábado dieron una lección de música en el escenario Mini (de nombre desafortunado), amalgamando acordes y disonancias, surfeando Ira Kaplan sobre sus propias distorsiones hasta la extenuación, y demostrando que a veces para tener carisma solo es necesario ser buen músico y disfrutar con lo que se hace.

Se nota que los Yo La Tengo son felices con lo que hacen. Y si no han alcanzado el estatus de grupo de culto en la práctica totalidad de los amantes de la buena música, es porque parece importarles bien poco. Aquí no fue una cuestión de modas, sino de un grupo que ha cosechado un estilo durante casi tres décadas, hasta el punto de lograr ser considerados como indefinibles: calificables solo en función de ellos mismos, al margen de géneros y etiquetas que, con bandas así, resultan insultantemente limitadoras.

A partir de ahí, a la noche solo le quedaba el baile, con un programa que prácticamente era inmejorable. Primero el dúo francés Justice, en modo live, Jamie XX, solapado ligeramente, y casi cerrando el festival, Neon Indian. Una pena no poder disfrutar del programador de los XX, que habrá mostrado todas sus capacidades e inquietudes en una sesión a última hora, donde también le gusta moverse. Pero lo verdaderamente serio se fraguó en el escenario principal, el San Miguel, con los chicos de la cruz de brillantes. Justice registró probablemente el mayor lleno de todo el fin de semana, incluso por encima de los míticos The Cure. No faltaba nadie: decenas de miles de manos en alto, de pies saltando, de cuerpos agitándose; frente a una potencia decibélica estratosférica, que debe haberse sentido incluso en Chile, y un espectáculo visual y sonoro de auténtico órdago. El mejor colofón imaginable: una sesión dura, binaria, incluso fálica, iluminada por el recuerdo del mejor Daft Punk. Gerpard Augé y Xavier de Rosnay parecen manejar bloques de hormigón con la destreza de un malabarista, pero parecía que nos venían encima constantemente.

Fue un concierto insuperable, con la firmeza que muestran bajo su aspecto mastodóntico. Transformando los temas a su antojo, pinchándolos, mezclando y remezclando Civilization o D. A. N. C. E., y jugando con el ritmo cardíaco del abarrotado recinto del Fòrum. Fue todo un ejemplo de hasta dónde ha llegado la humanidad a la hora de hacer ingeniería musical: una oda a la era tecnológica que nuestra generación ha inaugurado. Justice es un icono de los nuevos tiempos, y va más allá del house, del techno, o de la música dance. Después de eso, Neon Indian corría el riesgo de parecernos un placebo, un azucarillo después de haber comido dulces a toneladas. Sin embargo, con una modulación melódica mucho más elástica y combada, los tejanos resultaron más interesantes y con más contenido del esperado. Una banda construida al rededor de un ritmo y un discurso electrónico, con la retórica de las bandas de rock sucio herederas de Sex Pistols, pero con la psicodelia ambiental propia del chillwave, acelerada y endurecida levemente por eso de las horas y circunstancias en las que les tocaba aparecer. Dieron la talla, y administraron bien un público que venía la euforia masiva. Polish Girl fue el hit que cerró la edición de 2012 del San Miguel Primavera Sound.

Fotos de Pablo Luna Chao