AIR



Tal vez, a aquellos grupos o artistas que en su momento revolucionaron la música, o que aportaron algo nuevo a algún género o estilo, se les presuponga siempre una excelencia que, muchas veces, hace que seamos injustos con ellos. Es posible que por eso muchas de las mayores referencias de determinados movimientos musicales hayan sido de carrera corta: pienso en Nirvana, en los Sex Pistols y en Joy Division, por ejemplo, pero hay infinidad de casos más. Efímeros y fulgurantes como estrellas fugaces, no llegaron a probar las aguas estancadas del atasco creativo, del no poder superar sus pasadas obras maestras, o del sentir agotamiento en los filones y las fuentes inspiradoras que hacían, en otros tiempos, fluir su música ante el asombro de un público que, entonces, les daría la espalda. Pienso que muchas veces las expectativas, sobre todo aquellas creadas por pelotazos anteriores, son el mayor obstáculo al que tiene que enfrentarse una banda a la hora de editar un nuevo trabajo. Y creo también que Air, con el lanzamiento del que es su séptimo trabajo de estudio, LE VOYAGE DANS LA LUNE, es un poco víctima de esto mismo.

Porque, como se suele decir, si este álbum lo hubiera sacado un grupo debutante, otro gallo cantaría: las críticas y la aceptación habrían sido mucho más amistosas. Pero claro, Air no son, ni mucho menos, un grupo debutante; si lo fueran, de hecho, tampoco tendrían un público al que defraudar o satisfacer: no tendrían un público propio y fiel, su público. A un grupo consolidado, a alguien que es capaz de hacer, en un momento determinado, un Moon Safari o un Talkie Walkie, se le presuponen una categoría creativa, una calidad técnica y unas infraestructuras instrumentales y de producción por encima de la media; y claro, cuando de pronto sacan algo que no está la altura de sus mejores obras, el público se decepciona y le da la espalda. Pero claro, aquí no se trata de vivir de las rentas: muchas veces los fans preferimos largas etapas de silencio a la edición mecánica de material, como si el arte se pudiese adaptar a la insensible maquinaria fordiana. Y si no, al ejemplo de Portishead me remito.