THE XX (Coexist, 2012)



El "titovilanovismo" musical.

Corren tiempos difíciles en el mundo occidental. En la carrera (Historia) estudié que durante el período derivado de la crisis del '29 hasta la 2ª GM, prácticamente el 75% de las democracias que por aquel entonces había en Europa y América acabó cayendo frente al avance de una u otra dictadura de corte totalitario. Y por lo general, las vías que utilizaron para tratar de salir de la crisis económica se basaron en mecanismos de control de la población y del trabajo novedosas, retorcidas y alarmantes, aunque quizá más adaptadas a la realidad. Incluso las democracias que sobrevivieron tuvieron que adoptar fórmulas y mecanismos revolucionarios para salir de aquel atolladero (como el New Deal en EEUU). Hoy en día, en cambio, parece que la receta que nuestras élites político-económicas están adoptando es todo lo contrario a 'rompedoras': es la era del continuismo. Entiendo que a quienes les ha funcionado la fórmula opten por esto, como el Barça con Tito Vilanova, o The XX con el Coexist (Young Turks, 2012). Pero este mundo no tiene arreglo si no nos replanteamos ya el modelo de funcionamiento y desarrollo.

Dejaré fútbol y política para otra. En lo que respecta a The XX, el caso es que Romy, Oliver y Jamie acaban de editar su esperadísimo segundo álbum, y lo han hecho con mucha clase: dejándolo colgado en streming la semana previa para que todo el mundo pudiese oírlo y enviárselo a otro ser de este solitario planeta. Varios de los temas, además, habían sido ya presentados al público durante el verano, en la temporada de festivales (aquí, en la Península, en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto). Será, con toda seguridad, uno de los álbumes más reseñados del año; y, como pasó con los móviles en aquella Navidad de '99, será ahora cuando por fin The XX se introduzca en cada casa. Y en cada iPod, y en cada oreja de cada habitante de La Tierra. Ofrecen en él algo muy similar al sonido que les catapultó al éxito precoz, sintetizado y magistralmente conceptualizado en el ya célebre xx (Young Turks, 2009). Coexist es, por tanto, un ejercicio de claro continuismo, y también el cumplimiento del deseo de millones de fans que le pedían al cielo que los XX no cambiasen nunca.

Yo fui uno de esos fans. Por momentos, durante los dos conciertos que he visto de ellos este verano, cuando presentaban lo nuevo, he dudado que pudieran mantener la fidelidad a un sonido tan perfectamente marcado como el que emana de su primer trabajo, pero creo que en líneas generales lo han conseguido con Coexist. Ni lo superan ni lo igualan, pero sí se parece bastante a lo que todos queríamos. Me pregunto, sin embargo, hasta cuándo les durará la frescura y la dosis mínima de originalidad si se siguen manteniendo en el acotado espectro musical que define su trabajo. Tal vez vayan explorando poco a poco desde las pequeñas  y sutiles diferencias que ya apreciamos ahora, a la espera de hacia dónde las mareas estéticas y estilísticas de la música decidan llevarles. Porque si algo tienen The XX es que son actuales, modernos, una innovación en pleno proceso: tal vez el funesto y vacío reflejo y el eco musical de una era, la tecnológica, que hemos inaugurado sin apenas ser conscientes.

Pero admitámoslo: el xx es un disco irrepetible, probablemente uno de los 10 mejores de la década pasada, así que por mucho continuismo que haya en su segundo trabajo, llaman poderosamente la atención las pequeñas diferencias, porque lo son con respecto al canon, a la perfección. En primer lugar está claro que los espacios creados son más abiertos (una pista: la portada blanca frente a la negra del anterior álbum), de techos más liberados y una planta menos gótica e intimidatoria. Obviamente, el sonido se sigue caracterizando por eso mismo: por la techumbre de aristas que dibuja Romy con su guitarra, con la misma guitarra, los suelos que crea Oliver con el bajo, y el espacio resultante que rellena metonímicamente Jamie desde la electrónica. En ese sentido, en segundo lugar, creo que el todo que se intuye bajo el silencio y el mínimal es menos concreto y depurado: un discurso ligeramente menos homogéneo, claro y monolítico. El leitmotiv se difumina.

Porque aunque el dúo de cuerdas y voces, y su eco reflejado en los aparatos de Jamie sigue siendo el hilo conductor, hay una leve ampliación de recursos sonoros, e incluso rítmicos en el Coexist (en tercer lugar; y segunda pista: la X de la portada contiene colores derivados de la deformación del negro). Que está muy bien, pero es una apertura con respecto al sonido totalitario del xx. Es un poco lo que me temía: que desbarataran esa sensación diáfana de feng sui musical decorando en exceso los espacios tan brillantemente creados. Por otra parte, hay que decir que los famosos fraseos de guitarra de Romy, tan mesiánicos, únicos y gemelos al mismo tiempo en el xx, resultan un tanto menos originales esta vez: son lo mismo, pero no son iguales. Digamos que en general dicen más o menos lo mismo (aunque observado bien vemos que es algo menos que más) pero utilizando más material música, más discurso, más palabras, más notas. Y eso, teniendo en cuenta la filosofía artística de The XX, creo que es un importante pero.

Destacan además varias canciones, cosa que no pasaba antes. Reunion, por esa utilización del hang (aunque pueda ser ficticio), por la evolución interna del ritmo, y por las pinceladas gordas y finas de Jamie. Missing, porque es, probablemente, la única canción realmente arriesgada del Cd: distinta, pero el paso que tal vez esperábamos de verdadera confirmación. De las pocas que cabría bien en el xx. Ahora sabemos que el límite está en su primera obra, porque el Cd no marca la tendencia infinita que, en concreto, sí tiene Missing. Chained, Sunset, Tides y Swept Away le dan un pulso más al ritmo, aunque no parezcan muy razonados o pensados los momento de meter semejantes variaciones métricas. Que tampoco están mal. Son, además, los temas que más se calcan de la sombra de los temas de su anterior obra: como si bastara con remezclarles el ritmo para darle continuidad al asunto.

En resumen, opino que las pequeñas diferencias sí que son capaces de romper un poco el encanto del concepto musical que The XX presentó al mundo con su ópera prima. Sorprendentemente, no porque hayan optado por un cambio brusco de dirección, todo lo contrario: precisamente por mantenerse en una línea continuista es por lo que se desenmascaran tan bien las sutiles diferencias que, por fuerza, ha de haber entre dos discos a los que quieras llamar con nombre diferente, y que decepcionan un poco. No obstante, como es obvio, si presenta un alto porcentaje de ingredientes en común, y los mecanismos que hicieron de xx una obra a emular, es normal que el resultado, aunque en mi opinión levemente peor, sea bastante sobresaliente. Seguirán siendo, de todas maneras, los mismos románticos post-modernos, de la era digital, que imaginan el medievo, la era del gótico, como un lugar solitario y lúgubre, pero increíblemente fantástico. Y así lo transmiten: un lugar para evadirse y para soñar.

Fotos de Pablo Luna Chao (tomadas en el Primavera Sound y en el Optimus Primavera de Porto).

También disponible en Alta Fidelidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario