DJANGO DJANGO




¡Welcome to the jungle!

Hay discos que son como un veneno con efecto retardado. Cuando en abril escuché por primera vez el Django Django de Django Django, poco antes de emprender un largo viaje de un mes por Mozambique, me gustó bastante, aunque ya estaba distraído e impermeable ante la música nueva. Pero lo que no sabía es que me habían picado, y su efecto, aunque a largo plazo, ya estaba en marcha. A mi regreso, fue el primer disco que escuché; y a medida que ha avanzado el verano, un deseo creciente dentro de mí ha hecho que acudiera de nuevo, una y otra vez, al entramado rítmico y sonoro de esta ópera prima, como si fuera extendiéndose por mi cuerpo, como hace el veneno de los mosquitos más evolucionados, un picor sano a medida que me rasco, a medida que me introduzco más y más en el fascinante mundo de Django Django: una especie de Jumanji musical, extremadamente original, que rebosa calidad y frescura compositiva.

Algunos han clasificado a este cuarteto británico como art-rock, y aunque realmente se conocieron en la Escuela de Arte de Edimburgo, ellos mismos afirman desconocer el significado de esa etiqueta. Tal vez, puestos a inventar géneros, podrían englobarse en una escena ciertamente psicodélica, naturalista, con formato de synth-pop y ritmo electrónico de inspiración étnico-tribal de lo más colorista. Pero en lo referente al estilo, lo mejor será dejar la descripción en un simple eclecticismo de influencias claras, pasado por una batidora muy personal, y transformado en un engendro experimental con cara de pop, movimientos de electrónica básica, y cuerpo formado por elementos de todo tipo de músicas, como si la bestia se compusiera de partes de los cientos de animales que conforman la fauna de una jungla. Django Django es un coctel explosivo, con sabores del mundo entero, de hoy, de ayer y de mañana.

Se trata de un sonido verdaderamente arriesgado, donde los instrumentos se disfrazan de lo que no son, y los ritmos, aunque no en exceso acelerados, resultan siempre frenéticos y un pequeño acto de locura. Destaca, por encima de otras características, la preponderancia rítmica sobre unas melodías que, de sencillistas, pasan casi por infantiloides, inocentes, con un punto de ingenuidad que puede recordar desde a Pink Floyd, a la excentricidad casi dadaísta de Ariel Pink. Pero el ritmo es prioritario, básico (en ambos sentidos), primario y primitivo. Tribal, pero en el sentido tarzanesco de unos tipos siendo naturales, y un poquito selváticos y salvajes, haciendo música en bolas con lo que les ofrece la jungla. Y usan de todo: desde los famosos cocos, a un bombo, hondo y redondo, pasando por varios aparatos electrónicos, y teclados, bajos y guitarras, que muchas veces prestan más servicio al ritmo que a la melodía. Dicen que al principio apenas tenían con qué marcarlo, que incluso una vez perdieron los cocos y casi tienen que suspender el concierto, buscando la fruta por los markets de todo el pueblo. Pero la carencia, tal vez, proporcionó la riqueza.

Lo cierto es que el Django Django es un disco intrincado, con gran cantidad de recovecos y esquinas que conducen a lugares insospechados, con quiasmos y retruécanos musicales por doquier. Pero también es verdad que resulta, bien escuchado, un tanto irregular. Tal vez se deba a la esencia caótica de su espíritu musical. Pueden mantener nuestra atención activa durante los 48 minutos y 13 canciones, a través del sinfín de sonidos que surgen de la selva, pero cuando bajan el ritmo, en ciertas canciones centrales, su intensidad también se resiente. No obstante, nos regalan un inicio de Cd realmente acojonante. Introduction, con ese primer teclado básico que da inicio al ritmo, antes de que el bombo entre, y con ese segundo, bien encajadito en las cuadrículas rítmicas, como buenos británicos que son, anticipan lo que va a ser este viaje, ligeramante psicodélico.

Toda esa promesa se desata en Hail Bop y Default. En la primera, ácida y fresca a más no poder, aparecen también las voces en coro, que es otras de las particularidades de Django Django, recordándonos a la época de los cuartetos vocales (bom, boM, bOM, BOM), y el beat se abre en un horizonte ancho y muy bien iluminado. El track 3, Default, soltado a las primeras de cambio, enlaza con el cabalgar decidido del principio, completando un inicio para enmarcar. Una guitarra cruda comanda el ritmo, a base de rasgadas contundentes hacia arriba y abajo, y en el estribillo, voces mezcladas casi como si fuera beatbox, el tema se convierte en temazo.

Firewater es la primera tregua: asoma la acústica, las pulsaciones bajan, y la melódica manda, relajada, liviana y blusera, porque lleva el ritmo implícito. Acaba, en cierto modo, el hechizo del inicio. Waveforms retoma el ritmo medular del Django Django, con el aroma de siempre, y aunque de manera aislada podría resultar, probablemente, el otro hit del Cd, tras la tregua pierde capacidad de impacto. Zum Zum, sin embargo, sí logra llamarnos más la atención, con esa disparatada composición instrumental, el sencillismo exacerbado de la composición, y la franqueza de su estructura: una divertida pantalla del Donkey Kong Country 3. Justo en el ecuador del álbum, Hand Of Man hace de segunda tregua, acústica y pacífica, pero el álbum ya no se levantará nunca como antes.

La segunda mitad del Django Django de Django Django no está a la altura de la primera, pero demuestran que, pese a ser religionarios de una caja de ritmos bien acelerada, son capaces de dilatar y estirar la superficie melódica de sus composiciones, como si fuera una tela de licra ajustable, para adaptarla a diversas velocidades. Así, Love’s Dart y WOR, por ejemplo, aunque sobradamente contrarias en tempo, comparten la misma urgencia sedada. Ésta última, más en la línea regular, encajaría junto con las demás destacables, en una atolondrada banda sonora de peli de persecuciones de coches, tipo El mundo está loco loco. Storm y Life’s A Beach son otros ejercicios vocales y rítmicos, porque aunque lo mejor esté al principio, todo el Cd está impregnado con las mismas virtudes y características de riqueza decorativa.

El último tema de la línea más combativa de Django Django es Skies Over Cairo, con esa tópica melodía egipcia, y un teclado en su misma sintonía. Pero lo que realmente destaca es, nuevamente, esa rítmica tarzanesca: de pirámide a pirámide en liana, mientras los tambores resuenan al ritmo de un baile entorno a una olla con seres humanos que se salvan en el último momento, porque irrumpe Silver Rays, como si de una nave intergaláctica se tratara, para transformar el final de la historia en una imagen de depurada y cuidada jungla espacial, psicoactiva y tremendamente rítmica, que seguramente acabará entre lo mejor del 2012. Default, al menos para mí, es uno de los hits más grandes y pegadizos que se han visto en lo que va de año. La cita en directo: Dcode Festival; Madrid, mediados del próximo mes.


BEACH HOUSE



La misma piedra, más pulida.

A estas alturas del año ya podemos ir marcando en las quinielas de repaso de 2012 a Beach House como uno de los más claros triunfadores a nivel musical, sin miedo a equivocarnos. Su popularidad y cotización han ido irremediablemente hacia arriba desde que nacieron, hace ahora 8 años, y poco a poco se han ido envolviendo en un halo de excelencia solo comparable a las vitrinas de un museo. Tal vez sea ahí dónde deba estar este dúo de origen francés nacido en Baltimore, Maryland, sobre todo a tenor de las críticas escuchadas y leídas a propósito de su último trabajo, Bloom: su dream-pop barroco parece la rareza que todos estábamos esperando; la pieza de arte, ni muy clásica ni muy moderna, en la que todas las opiniones convergen, una diana de unanimidad. Pero se trata de un éxito esperado: de una colisión entre la escena indie y lo comercial que se veía venir desde lejos, como cuando los continentes chocan, a una velocidad colosalmente lenta pero inapelable. 

Bloom ha sido un disco muy esperado, como si las predicciones y las lecturas de pájaros en el cielo hubieran anticipado el advenimiento del mesías hecho Lp. Reverenciado desde la primera nota escuchada, ha venido a materializar el mejor momento de la formación, resumiendo expectativas y capacidades en apenas 10 canciones, redondas y complementarias a la vez, que son ahora el paradigma más expresivo de lo que es el sonido de Beach House. Porque, en el fondo, no ha cambiado tanto. No ha cambiado nada; y no aportan nada nuevo, nada distinto: ni una nota fuera del guión. Bloom es más de lo mismo, pero más pulido, rozando la perfección. Los de Baltimore son como el artesano que, de tanto repetir una fórmula, acaban por dominarla y convertirla en arte. Al mirar atrás se nota la evolución, lenta y concienzuda, que ha transformado un bosquejo esquemático y más tosco, en una obra acabada y verdaderamente perfecta.

De todas maneras, sin entrar a valorar quién sería Mozart en esta ecuación, me planteo que hay, como en la historia de Amadeus, dos vertiente importantes en la creación artística: la que busca la perfección, lo sublime y, en última instancia, a Dios y a lo divino-espiritual; y la que existe por sí misma, por puro genio, por esa infinita y a veces caprichosa capacidad imaginativa del hombre, para recordarnos que es precisamente en nosotros donde reside la divinidad. Sí valoro a Beach House como a un Salieri en la ecuación, y hace tiempo que lo perfecto dejó de impresionarnos e interesarnos. Se puede acusar a Victoria Legrand y a Alex Scally de lineales, usando el Bloom, como cualquier otro Cd, de argumento, y probablemente lo verían como un halago. Muchos lo verían como un halago; y yo, en general, también. La atmósfera que generan con las capas instrumentales, de textura aterciopelada y densos cromatismos, es coherente y sin fisura alguna; el halo magnético que se crea hipnotiza, utilizando un ritmo invariable y la sedante voz de Victoria; y resulta que cada centímetro de música que de ellos se extrae podría reconocerse desde la Luna. Pero es la misma figurita de siempre, solo que con más oficio: la misma piedra, más pulida.

Bloom es la consecución de un ambiente que, de principio a fin, se hace dueño y señor de nuestra atención, y de nuestros sentidos. Tal vez la especialidad de esta pareja sea precisamente la ambientación y, cómo no, las texturas. Y en este último álbum han logrado, más que nunca, uniformizar y unir estos dos elementos, creando una atmósfera completa y, como decía antes, sin fisura alguna. En un inicio espectacular, basado en los teclados cardados, las baterías de bombo y timbal mudo, de platos que brillan, en adornos de guitarra y, naturalmente, en la voz especial de Victoria, plantean esa atmósfera, cuasi analógica, que si bien no decae en exceso en el resto del disco, sí es verdad que representa, seguramente, lo mejor del Cd. Entre Myth, Wild y Lazuli establecen la línea rítmica y el abanico instrumental y de sonidos que luego dominarán durante el resto de disco.

Con la inercia de tan impresionante inicio, parece como si Other People enganchara su melodía a la estela que dejan las tres primeras, y ya de por sí funcionara. En general ocurre lo mismo durante un buen rato, careciendo The Hours y Troublemaker, en cierto modo, de personalidad propia. Rendidas al embrujo general, al taumatúrgico ritual de reiteración barroca y preciosista que es el alma del Cd. Hasta New Year, la pista 7, donde vuelve la verdadera personalidad, con variaciones de intensidad y melódicas, ausentes desde la 3. O Wishes, con remarcadas líneas de fuga y una versión de Victoria de las que realmente enamoran. On The Sea, ya casi al final, queda como un puente al último suspiro, al último tema, donde finalmente se disipará toda la tensión estática, capilar y cardada, que generaba el campo magnético del Bloom. Esa que puede oírse al principio y al final de Irene.

Una pista oculta, llamada Wherever You Go, del todo distendida, cierra un Cd que sonará hasta la saciedad los próximos meses. Un Cd que catapultará a Beach House a un éxito comercial que, esperemos, sabrán gestionar. Un paso adelante en sus carreras. Los problemas puede que lleguen, si es que llegan (yo espero que no, sinceramente), por la necesaria y exigente fidelidad que requiere un estilo tan personal y perfeccionado. Mientras la frescura compositiva siga como hasta ahora, radiante, no habrá nada que temer, pero poco a poco parece que se cierran más puertas a influencias externas, y tal vez se hayan cortado las vías de escape de sí mismos, las vías de experimentación e innovación. Permanecerán fieles a su elección, hasta que se sature la atmósfera que creen. Hasta entonces, permaneceremos sedados por Beach House y su maravilloso Bloom.

Fotos de Pablo Luna Chao.