PRÓLOGO DEL PRIMAVERA SOUND 2012



PRIMAVERA SOUND 2012. PRÓLOGO: The Wedding Present y The Walkmen.

Pese a que desde el inicio del mes de mayo ha habido ya conciertos, en clubs y bares de toda la ciudad, hoy día 30 ha comenzado de verdad el San Miguel Primavera Sound en Barcelona, edición 2012. Y lo ha hecho regalando una tarde-noche de conciertos en el Arco del Triunfo, gratuitos y abiertos a cuanto público se acercase, y una serie de conciertos en las dos salas de Apolo. Para ir abriendo boca antes de las sucesivas sobredosis que nos esperan en los próximos cuatro días, me he acercado solo un rato a la alargada y habilitada plaza que hay, a modo de bulevar, entre los dos sentidos del Passeig de Lluís Companys. El menú incluía a No More Lies, Jeremy Jay, The Wedding Present, The Walkmen y a los Black Lips, pero me contentaba con ver a los tres últimos.

Llegué antes de que Jeremy Jay, un joven californiano de lo más indie, acabase su concierto. Al frente de una banda que parecía algo tímida, e interpretando canciones de cierta delicadeza floral, el cantautor resonó un poco hueco en un escenario tan grande, vacío y diurno. Lo mismo le habría pasado a The Wedding Present, probablemente, si no llevaran 25 años subidos a las tablas. Los de Leeds forman parte de una época que, en cierto modo, ya pasó: suenan irremediablemente a clásico de los ’90. El parón de casi 10 años (1996-2005) terminó siendo una transición demasiado dura para la banda, que ya nunca volvió a ver los números y el éxito de la que fue su década. La formación que acompaña a David Gedge no tiene ya nada que ver con la que empezó, así que ninguno de los miembros salvo el líder y compositor fueron responsables de la creación de su álbum más aclamado, el que además venían a interpretar: Sea Monster (RCA, 1991).

Es innegable que el sonido resultante del trabajo de The Wedding Present tiene bastante de carismático, pero también es verdad que su efecto se disuelve a medida que avanza su repertorio. Su post-rock de antaño se ha transformado en una música a la que le cuesta resultar sorprendente, poco rupturista; y la actitud que reina y transmiten, aunque vital y, por momentos, bastante enérgica, aqueja cierta nostalgia incurable. No obstante, estuvieron a la altura de las expectativas del público, haciendo gala de una seriedad y un saber hacer bastante notables.

Las expectativas, en este caso mías personales, con respecto a The Walkmen, por otra parte, se cumplieron también medianamente: lo que pasa es que no eran muy altas ya de por sí. Y no es que su concierto fuera malo, que no lo fue, pero desde la publicación de su segundo álbum, Bows + Arrows (Record Collection, 2004), todo lo que hace esta banda norteamericana me parece un puedo y no quiero. No termino de encontrar la garra que exhibían en aquel Cd, con The Rat a la cabeza, como si aquel sprint inicial les hubiera permitido pedalear a la deriva por el resto de sus carreras. Con todo, los Walkmen tienen una base correcta de música inspirada que les basta para pisar siempre terreno firme, para hacer que la lúcida voz de Hamilton Leithauser llegue a la altura desde la que ha de ser lanzada al público. Protagonizó el concierto el cantante, engalanado con camisa, americana, y una pose siempre fotogénica, dando la impresión de que han alcanzado una categoría o un estatus en el mundillo de la música que les permite evitar mancarse las manos: y creo que es justo ahí de donde no se saca la garra necesaria para convencer, al menos, a quien escribe.

Y como en los aperitivos uno no ha de llenarse demasiado el estómago, archivado ya lo visto, emprendí el camino a casa en bici sin acabar de escuchar a The Black Lips. Desechados los Beach Fossils y el plan de Apolo por aforo completo, The Wedding Present y The Walkmen, dos grupos de pelotón, de los que no hacen un festival pero sí le dan cuerpo, fueron suficiente para la primera noche de festival. A partir de mañana abre sus puertas el recinto de los 10 escenarios en el Fórum, y la agenda no será tan lineal como la de hoy. Espero que los platos principales den un salto de cualidad con respecto a los aperitivos, y que haya conciertos de los que hacen saltar las lágrimas. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

SIGUR RÓS

 


¿Amanece o anochece?

Llevaba tiempo esperando poder decir lo siguiente: ¡Sigur Rós han vuelto! Cuando hace apenas dos años anunciaron que se tomaban un descanso indefinido, para centrarse en sus carreras en solitario, jamás imaginamos que necesitarían tan poco tiempo para darse cuenta de lo huérfanos que nos dejaban a todos sus seguidores. Es como si últimamente hubieramos tenido que aprender a dormir solos por las noches, sin el cuento o la canción de cuna con la que nos criaron nuestros padres. Pero ahora, como venidos de un largo viaje que se antojaba solo de ida, vuelven el calor de sus manos a arroparnos, el sosiego de su voz a embelesarnos, y su contar melódico y nostálgico a conducirnos, envueltos en paz y harmonía, a donde solo la imaginación y la magia reinen sobre mi mente.

Los islandeses siempre han sido un grupo diferente, una banda a parte. Con una sensibilidad especial, y un inalterable fondo de bondad absoluta, siempre han parecido de otro planeta: los protagonistas, quizás, de una mitología tan del norte que pertenece a las estrellas. Serían la leyendo de quien creó de la oscuridad la luz, de quien le dio voz al silencio, de quien armonizó el cielo con la tierra, el fuego y el hielo, y la noche y el día. Sigur Rós no podían nunca pasar inadvertidos: hegemónicos sobre el post-rock, el space-rock y el dream-pop del siglo XXI. 

Ahora han vuelto y percibimos ciertos cambios: transformaciones naturales que se han ido produciendo a fuego lento, y que ahora se muestran orgullosamente enunciadas. VALTARI no tiene el fresco verdor de otros discos, ni la tensión ni el ritmo de galope; no tiene el desarrollo apocaliptico que nos hizo estremecer en obras pasadas. Pero en el poso de su sonido se nota todo eso, interiorizado y fusionado en sus entrañas. Se entrevén, más allá de la apariencia harmónica y casi tántrica del nuevo disco, todas las etapas y estratos que han conducido a Sigur Rós al punto exacto musical en el que se hallan. Y como no podía ser de otro modo con gente así, el ciclo de los islandese remite a un lugar muy familiar para todos, cerca de sus orígenes.

No es que VALTARI sea un volver a empezar, una vuelta al principio, pero sí se respira esa misma suspensión en la nada que se apreciaba en el Von: una nada llena de detalles como surgidos de la inercia y del caos puesto en paz, observado lenta y apaciblemente. Hay, frente a su primer disco, una mayor capacidad de síntesis, de silencio y suavidad. Y aunque rítmicamente sea, como aquel, mucho más monótono que los demás álbumes, la riqueza compositiva de melodías y texturas supera con creces la que aquel disco áspero, denso y desafiante con el que se presentaron al mundo. 

Es como contraponer el alba con el atardecer: inconfundibles entre ambos, no son más que el sol puesto en el mismo ángulo. Sigur Rós hace que nos dé igual si empiezan o acaban, si es el principio o el fin de algo; hacen que, sin más, te detengas un instante y observes qué hay afuera, ahí, frente a tí, a tu alrededor. El cromatismo característico de los islandeses, en este como en sus mejores trabajos, nos recuerda una vez más que el hogar de cada uno es uno mismo, y que aunque el mundo es grande y asusta, es precisamente ahí donde radica la magia de estar vivo. 

Desgranar VALTARI es como descorrer vestidos de seda en busca de un secreto que reluce en el fondo del armario. Puede que la tensión y el gótico de anteriores etapas haya menguado, pero parece que su paso por el barroco ha concluido, dejando atrás esa fase, orquestal y florida, que representa en la carrera de Sigur Rós el Með Suð I Eyrum Við Spilum Endalaust. Canción a canción encontramos siempre una contención natural a los sentimientos que, en anteriores trabajos, se expresaban con más aínco e intensidad. Pero transmiten todo el proceso de lucha y contradicción dialéctica interna que han sufrido para llegar hasta aquí. No habrá momentos de éxtasis más allá de Varúð o Rembihnútu, y sin la grandilocuencia de antaño. Ni voz en las últimas canciones, como ese final anticipado al que solo ellos saben poner música. 

Tal vez haya gente que crea que este disco solo vale para echarse la siesta, y no hace falta que le augure dulces sueños, porque estoy convencido de que los tendrá. Y más que dulces, los tendrá plateados, y de ese azul tan poco carnoso al que han vuelto los islandeses. Después de su exito por todo el mundo, su florecimiento cuando Jonsi buscaba en solitario, y después de la promoción que hicieron con Heima e Inni, esta vez sí, Sigur Rós han vuelto...a casa.

Os dejo el documental Heima, que es una joya.