CERRADO POR VACACIONES (16/04 - 16/05)

Este blog permanecerá cerrado durante el próximo mes. Quedarán aparcadas sus actividades hasta mediados de mayo debido a que me voy de viaje a Mozambique.

Me voy con mi novia aquí:



A ver a este tío:


A la vuelta vendré con fuerzas suficientes para empezar la temporada de festivales europea, con el Primavera Sound y el Optimus Alive en el horizonte, además de conciertos como el de Portishead, Tortoise, Bon Iver, y un (espero) larguísimo etcétera.

THE XX



En este caso sí: es oro, y reluce.

A estas alturas no voy a descubrirle a nadie esta banda: fueron el pelotazo británico de 2009, ganadores del Mercury Music Prize de 2010 y, hoy por hoy son uno de los mejores reclamos que cualquier festival podría tener. Ya todos saben que The XX son Romy Madley Croft, Oliver Sim y James Smith (también conocido como Jamie XX), tres veinteañeros que se conocieron en la londinense Elliott School (cuna de Burial y de Hot Chip) hace algunos años, que al editar hace 3 su álbum de debut fueron recibidos al nacer por los brazos abiertos del éxito. Ni siquiera es fácil especificar qué género fue el que revitalizaron con su XX, porque lo que hacen es tan atractivo como insólito. Electrónica indie, downtempo, post-punk minimalista: es realmente complicado ponerle adjetivos a la música que hacen los chicos de The XX.

Hoy por hoy ya todos conocemos y reconocemos su sello, su inconfundible morfología musical: su sonido resulta el paradigma de hasta dónde ha llegado a inculcarse la electrónica en casi toda producción musical contemporánea: sutil pero determinante, resulta hoy un elemento ineludible para seguir innovando y descubriendo nuevas fórmulas. Enmarcable en una línea que empieza en el Kid A de Radiohead, y cuya última parada fue el Lp de debut de James Blake, la electrónica de The XX parece tener algo de genético, y se transforma en algo más que un simple lenguaje: es la capacidad creadora de Jamie Smith, la facultad divina de manipular una realidad, sonora, pero igualmente palpable.

Porque en realidad, la base de The XX es la combinación de dos voces, una guitarra cruda de distorsión hueca, y un bajo capital, con el moldeado electrónico y rítmico que le da constantemente Smith desde el fondo: un matiz determinante, una ingeniería silenciosa pero gigantesca que ha erigido un hermosísimo y sólido palacio de cristal. De aristas elevadas y luminosas, el espacio que levantan los británicos parece fruto de la magia y la sencillez, pero la laboriosidad con que se engarzan cada compás uno con otro, cada ritmo con el siguiente, cada nota con su reflejo en el eco, y cada tema con el que va después, solo puede ser obra de un visionario y de un superdotado para la composición y la producción. Juegan, además, con una vocación ochentera y post-rockera, tendente a la oscuridad, mezclada con los solemnes reflejos de luz que entran desde unos puntos de fuga siempre elevadísimos. Nadie hace estructura de techos tan altos como los que nacen del sonido de The XX.

XX es uno de esos excepcionales Cds con plena coherencia interna: puedes escucharlo de principio a fin sin pestañear, y cuando termina aún te quedas con ganas de ponerlo otra vez desde el principio. Tiene un clarísimo leitmotiv y no se aleja de él ni un instante; orbitando a su alrededor siempre a la misma velocidad de crucero, con variaciones imperceptibles y graduales que generan suaves cambios de tiempo y temperatura. Y la constante es ese ritmo downtempo, esas voces desnudas que brillan en la oscuridad, las guitarras de una cuerda que marcan ellas solas el pulso, el eco modulado y dominado por Smith, y ese sonido que transpira de la soledad y el silencio y se transparenta, dibujando los pliegues delicados de ese cuerpo que hay debajo que no se ve ni se oye, pero se intuye. Porque The XX son otros que hacen pura metonimia musical.

Por eso, entre otras cosas, es complicado distinguir hits que sobresalgan sobre los demás; da la impresión de que cada canción supera a la anterior, y que esa, la que suena en ese momento, sea cual sea, es la mejor del Cd. Pero es que además, es el todo lo que nos gusta, y las canciones son esas pequeñas partes que nos muestran. Es la metonimia: la parte por el todo. Creo que una de la cosas por las que gusta tanto este XX es precisamente porque resulta un discurso único subdividido en 11 piezas que encajan a la perfección, que forman un todo al que no le falta ni le sobra una sola nota. Canciones unidas por un parentesco clarísimo que va más allá del estilo y de la mente que las concibió.

Por elegir un algún momento que me sobrecoja especialmente, mencionaré ese ya mítico inicio de Intro, con guitarra y teclado nomás, un bombo digital: la primera palabra, sin letra, de un discurso tan íntegro como atractivo. O la segunda parte de la intimísima Heart Skipped A Beat, cuando gotea un teclado en arpegio, desde el helado techo alto hasta el oscuro suelo de mármol ligero, mientras crece el dúo de voces y la base de cuerdas. O la enigmática Fantasy, con ese canto entre la niebla, y ese único punteo final escalofriante. O la distorsión hueca y metálica de Shelter. O Night Time, quizá la mejor de todas. Tal vez sea porque al ser de las últimas parece resumir todo lo dicho hasta ahora, pero si tuviera que quedarme solo con una de todo el disco, creo que me quedaría con esta.

Es posible que estos chicos estén ante uno de los retos más complicados que se han presentado en el mundillo de la música en los últimos años: superar el XX, o al menos estar un poco a su altura. Según tengo entendido, su segundo álbum verá la luz en breve, y no tendrá mucho que ver con su primer trabajo. Veremos si es un acierto o por el contrario se desvanece su encanto. Hagan lo que hagan, le han regalado al mundo una pieza única, una obra de arte de la electrónica y la música moderna.

ALABAMA SHAKES



Y el sol salió por Alabama.

Después del frío y oscuro invierno, de la intimidad y el recogimiento de las noches largas, siempre hay un disco que abre la veda de la primavera, de la extroversión y el colorido, uno que simboliza el inicio de la frescura renovadora, del renacimiento, y de la ilusión del volver a empezar. Luego puede que vengan más, o quizá es que simplemente nos sentimos atraídos por el primer sonido que pega con el sol, con los pantalones y las faldas cortas, con la playa o con el dolce far niente, pero como pasa con la pesca del primer atún rojo del año, siempre hay uno que marca el inicio; y suele ser el más grande y hermoso. Y en esta ocasión, la veda la han abierto los Alabama Shakes con su disco de debut BOYS & GIRLS.

De todas formas, opino que si este Cd se hubiera lanzado al mercado en pleno enero, hubieran dado igual las lógicas meteorológicas que aseguraban lluvias y mal tiempo, al menos, hasta marzo: el sol habría salido cada mañana desde Athens, Alabama para iluminar con su calor al planeta entero, convocado por el maravilloso rock-soul que hace este cuarteto. Pero al final se ha presentado ante el mundo en primavera, como hacen las flores, animadas por el astro rey. Ha brotado con fuerza, con un esplendor especial que lo hace tremendamente atractivo y hasta vicioso. Dura apenas 36 minutos, pero dudaría de la salud mental de aquel que, al descubrirlos, no se pase una hora, u hora y media, escuchándolos. No saturan porque cada tema es como un chapuzón en deliciosa agua pura, como el primero de cada verano; el único riesgo es acabar con la piel arrugada de tanta frescura.

BOYS & GIRLS es un discazo de soul fabricado con las armas del rock. Sin entrar en comparaciones, me resulta muy enmarcable en una corriente de música americana sureña que, tal vez solo durante los años de actividad de Janis Joplin, logró unir algunos de los elementos del soul más clásico, con otros relativos al folk y al southern rock. Ahora, con la influencia de formaciones como The Black Crowes, Kings Of Leon o The Black Keys en el horizonte, Alabama Shakes rescata ese genuino sabor a parrilla y libertad que tanto echamos de menos durante varias generaciones. La suprema y poderosa voz de Brittany Howard, que se desgarra y se recompone a su antojo, que sube y baja en volandas, cabalga ágil y sin montura sobre una base musical que parece hecha a su medida. No en vano, entre su voz, su guitarra, y el bajo de Zac Cockrell, nació este proyecto musical. Después se unieron el batería, Steve Johnson, y el guitarrista Heath Fogg: costaleros de la nueva diva del rock-soul americano.

Ben Tanner es un quinto integrante que se une a la banda como teclista para la grabación del álbum y para los conciertos: una aportación que resulta fundamental pues con él se desglosa un catálogo de elementos que remarcan la genética y el origen del sonido de Alabama Shakes, desde el teclado de ghospel de I Found You, a la pianola de saloon del medio oeste de Hang Loose. Eso sí, siempre con una vocación blusera muy al servicio del alma de cada canción: relanza finales apoteósicos como los de You Ain't Alone o Be Mine, verdaderos revivals de la esencia de la Joplin, y sostiene y contemporiza el pulso del esplendoroso lamento de Howard en éstas y en Heartbreaker. Esta aportación base, junto a un bajo en constante bamboleo, permite a las guitarras hilar muy fino: incluso en temas donde se nota menos, como Hold On o Boys & Girls, asumen el peso a base de pinceladas; con un fraseo seguro, alegre y ordenado en la primera, que abre el Cd en forma de impresionante mordisco, y dibujando un arpegio matutino en la segunda, que a parte de dar nombre al disco, aporta la necesaria pausa que toda buena experiencia debe tener. Son guitarras limpias, sin desperdicio alguno, que siempre acompañan desde atrás los cambios de ritmo e intensidad que ordena la jefa.

Lo mismo vale para la batería, rockera 100%, pero que parece agitarse y sonarse sola ante la vibración interna de Brittany Howard: se diría, si no fuera porque es pleno mérito del señor Johnson, que es una extensión, o una traducción rítmica del proceso que vive la cantante y guitarrista en cada canción. Su voz activa platos y redobles. 

Con todo se conforma un disco que vale la pena escuchar, que es capaz de curar, como lo hace el soul, sin material quirúrgico alguno, y de sacar al más timorato de su ya recalentada guarida invernal. La búsqueda de un hit que sobresalga claramente del resto nos hará reproducirlo una y otra vez, para darnos cuenta al final de que no hay rendija por donde hincarle el diente si queremos comérnoslo a pequeños bocados: BOYS & GIRLS de Alabama Shake es un disco que se engulle de un solo mordisco.

EL COLUMPIO ASESINO. Barcelona, 06-04-2012.



El Columpio Asesino: el todoterreno de la música española.

Pocas discotecas ofrecen lo que Razzmatazz: hay numerosas salas, a gusto de todos, con música de casi todos los palos, y hasta un espacio para que el fumador y los demás asistentes desahoguen algunos de sus vicios nocturnos. Además, en veladas como la de ayer, viernes santo, regalan actuaciones de excepción que amenizan y complementan el trabajo de los Dj residentes. Anoche los invitados de honor eran los navarros El Columpio Asesino, una de las bandas más destacadas del último año en el panorama musical nacional: su cuarto álbum, Diamantes, valorado por muchos como el mejor disco de 2011, les ha colocado al frente de esta nueva generación de artistas y grupos que, ahora sí, están significando el verdadero despegue del movimiento indie en nuestro país.

La maquinaria de la fiesta no para en las noches de Razzmatazz, y el concierto se embutió entre temas pinchados de lo mejor del rock alternativo y sesiones de electrónica: el entorno propicio para que el sonido de El Columpio Asesino se manifestara de la manera que lo hizo. Los de la comunidad foral no saben qué son las medias tintas; enemigos de la famosa gama del gris, son radicalmente blanco y negro: un sonido de rock estridente, recto y diagonal, que basa su particularismo en la riqueza rítmica tribal conductora, el acompañamiento primario y crudo de dos guitarras y un bajo, siempre desafiantes, teclados y vientos rompedores que se clavan a fuego en las viciadas melodías, y un juego de voces tan desvergonzado y agudo que hasta pincha.

No obstante, con un público diluido entre la sólita masiva afluencia a Razzmatazz de una noche de viernes, y debido a que prácticamente tocaron de 3 a 4 de la mañana (poco y tarde), costó mucho encontrar la atmósfera adecuada para un concierto. Dudo que aquellos que acudieron a la sala sin saber quiénes eran esos Columpio Asesino, salieran de ella sabiéndolo. Espero equivocarme, pero creo que su aparición en el escenario fue más un detalle de la noche, que el elemento esperado por la mayoría. Con todo, los navarros cumplieron y ofrecieron solo lo más contundente de su repertorio, en una batería indiscriminada de sobreexcitación instrumental y fórmulas musicales de ataque premeditado: Corazón Anguloso, On the Floor, Vamos y, por supuesto, Toro, las más destacadas, sonaron corrosivas y rebosantes de esa adrenalina envenenada que tanto caracteriza el sabor de sus discos.


Mención aparte, dentro del planteamiento de El Columpio Asesino, es la presencia y aportación de Álvaro Arizaleta, batería y vocalista, que encarna la figura del santero loco que manipula toneladas de sustancias tóxicas con sorna y soberbia, desprendiendo furia y poder en un ritual intensísimo de magia musical negra y primitiva. En directo se entiende que todo en El Columpio Asesino es acompañamiento del ritmo, y que el esqueleto de su sonido se sustenta en las extremidades de Álvaro, y en un nutrido grupo de cuerdas, algunas vocales y otras en forma de guitarras y teclado. Los otros cuatro integrantes de la banda, desde la sombra de una iluminación críptica y básica, interpretaron su papel en la ceremonia, clamando venganza frente a las horas muertas del silencio.

Los navarros son todoterreno. Ajenos a las condiciones del lugar donde han de tocar, mostraron ayer una preparación envidiable para llenar de ritmo y de contundente contenido musical una sala como la grande de Razzmatazz. Con muchísima personalidad, una inclinación evidente a la desvergüenza punk, y una capacidad de calentamiento espectacular, El Columpio Asesino respira a pleno pulmón los aires de liderazgo de una generación que vive de las referencias eclécticas que ofrece la red y su libre albedrío. 

Fotos de Pablo Luna Chao.

También disponible en Alta Fidelidad .

LOS EVANGELISTAS



Doce escalones que miran al cielo.

Me resisto a pensar que éste pueda ser un disco para iniciados. Es verdad que cuando Enrique Morente murió, en aquel lluvioso otoño de 2010, muchos le lloramos y auguramos que nunca nadie nos haría sentir como nos había hecho sentir él; y es verdad. Pero también es cierto que para todos los que nos derretimos escuchando el Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick una y otra vez, este álbum resulta un regalo que parece proceder de las nubes. Por eso, el HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE del supergrupo Los Evangelistas, es un Lp especial. Los responsables de esta obra de arte son Antorio Arias, de Lagartija Nick y J, Florent y Enric Jiménez, de Los Planetas, con la aprobación y colaboración de miembros de la familia Morente. La continuación de la gran obra, la herencia del genio: la escalera que conduce al inmortal Enrique.

Pero para quien no esté iniciado en la obra de cantaor granadino, y más concretamente en su álbum Omega, diremos que marca un hito insalvable en el flamenco: trabajado y editado con la banda de rock gaditana Lagartija Nick, y versionando poemas de Lorca y canciones de Leonard Cohen, el Cd recrea la unión perfecta y eterna de ambos géneros, teñida a veces con la luz y el ritmo apocalíptico de la poesía del '27, y otras con la elegancia de bailarín de vals del judío de Montrèal. En mi modesta opinión, el mejor disco de la historia de la música contemporánea española. Tal vez la puerta a la traición, o quizá a la apertura conceptual del flamenco: un género eminentemente conservador... hasta el Omega.

HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE llega 18 años después de aquel hito, en el que por supuesto también participó Antonio Arias. La madurez de aquella herencia ha eclosionado ahora en un trabajo muy serio, poderoso y señorial, carnal, emocionante y repleto de cariño y profunda admiración: es un monumento esculpido en música a la memoria del Maestro, con el material y las herramientas que él mismo inventó. Solo le falta, para ser ya perfecto, que el mismísimo Enrique Morente hubiera grabado las voces.

La fórmula es sencilla, pero funciona: ha nacido de ella un organismo vivo y complejo, marcado a fuego por el destino del flamenco, pese a que su cuerpo nos engañe y nos haga creer que es de rock. Todos los temas menos uno, El Loco (distinguible por el ritmo acelerado), son versiones de canciones de Morente, y entre todas forman un todo tan compacto y bien estructurado que solo al final deja alguna rendija por donde poder escapar: el sonido del disco te atrapa y no te deja respirar, de principio a fin, sin bajones ni treguas. Son doce piezas grandes de piedra perfecta, pulida con la rugosidad del cante popular, que nos acerca al imborrable recuerdo del genio. Desde el principio salen a la luz los elementos de la fórmula: guitarras que hablan de fondo con su distorsión, que son telones llorosos que surgen de lo profundo, que se rasgan, aúllan, y lo oscurecen todo, con el regusto a post-rock y post-punk que, de seguro, ni siquiera el Maestro supo que aplicaba. Una batería de bombo y timbales hondos, pausada pero implacable, y platos brillantes que iluminan la tragedia con el blanco andaluz de las farolas; testigos de la calle.

El cuerpo casi me obliga a describir qué es lo que siente, porque algo activa dentro de mí, algo que no creo que tenga demasiado que ver con el hecho de ser español: nunca he reconocido en mi interior los paisajes sureños que tanto han inspirado al folklore nacional; ni la idiosincrasia del flamenco. Pero este sincretismo activa en mí el misterio del credo que nunca tuve, aún siendo hijo de la Contrarreforma. 

Detrás de este HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE hay una producción impecable que hace que, por una parte, resulte un corpus homogéneo, y por otra, que parezca que cada canción es única en su especie. El disco se abre casi como se abría la Misa Flamenca del Maestro, con un Gloria que parece provenir de las mismas puertas del más allá, desde lo más profundo de la fe, desde el mismo miedo al apocalipsis que hace que todas las generaciones de los hijos de Dios le cantemos, desesperados, una y otra vez. El ritmo de bombos galopantes, y de guitarras plañideras, son el primer chute de esta droga. ¡Y cómo se enlaza con Decadencia! Con una guitarra colgada de las cuerdas más sagradas, con el eco de una distorsión que son la traducción del silencio eterno del poeta. 

El disco está lleno de momentos de extraordinaria calidad, de situaciones musicales inolvidables, de descripciones largas y ricas de una atmósfera que se sostiene increíblemente más de lo que en apariencia se podría. En Un Sueño Viniste, por ejemplo, tiene hasta la desfachatez de parecer una pieza de rock progresivo, aunque la intensidad y la tensión no claudiquen ni un segundo. También Encima De Las Corrientes, pero a estas alturas del disco uno es casi drogadicto de Morente, y ya no nota las diferencias terrenales de unos temas que son lluvia de gracia divina. Ésta empieza con un cante ondulado temeroso del mañana, con un punteo cenital, y con unos ecos que marcan, triste y amenazadora, una melodía que sobrevolará, cuan ave rapaz en cacería, al bajo, vigilando que no se le escape. Al escucharlo, pienso que es de los mejores temas del Cd. 

Pero luego llega Delante De Mi Madre, y me rompe. Me rompe Carmen Linares, y es una de las sensaciones más bonitas que mi cuerpo es capaz de sentir: el desprendimiento de uno de los muros que encierra nuestros corazones. Y esos últimos gritos de guitarra logran sobrepasarme y desbordarme. En Yo Poeta Decadente todo me sabe a la misma gloria que la del principio: las cuerdas colgadas que gritan y se rasgan, los ecos descriptivos y asesinos, esas voces (ahora la de Soleá Morente) que hablan directamente al cielo, hacia su público más admirado, y esos mismos ritmos hieráticos que inundan el disco de soberana trascendencia. Sin tregua, sin dejar de oír a Soleá, entramos en la estela decadente de La Estrella, precipitándonos por las laderas de la inmortalidad siguiendo el más bello de los cortejos fúnebres que se le han hecho nunca a nadie: uno que, básicamente, está hecho del material con el que nos hablaba el Maestro. 

Ahora bien, cuando el ritmo cambia en El Loco, el embrujo se esfuma: despertamos para despedir al genio con los ojos bien abiertos, mirándole de frente, con lágrimas en los labios, pero no en los ojos, para que las miradas sean fuertes como lo fueron sus palabras, y largas como las noches que no regaló bajo su manto, y profundas y sinceras como las cascadas de voz que le salían del estómago. Amante es todo eso, traducido en un puñao mísero de notas, y Alegrías De Enrique son las risas de después. El embrujo se da cerrado, y Donde Pones El Alma parece, por fin, el primer día después de su muerte: el liberador momento en que ya solo sonríes cuando visita tu mente; aunque haya dolor, algo se ha conciliado entre él y el recuerdo del genio. 

Sin ningún tipo de miramientos me atrevo a decir que HOMENAJE A ENRIQUE MORENTE va a ser el disco nacional del año. Muy, pero que muy bien lo tiene que hacer alguien si quiere desbancarlo. Queda mucho año aún por delante, pero lo que este álbum contiene ni siquiera se puede cuantificar con palabras ni cifras. Es, sencillamente, una obra de arte.